Texto escrito en un día triste, y
justo antes de leer a Nietzsche... Todo está ahora en calma, aunque lo
que entendí ese día no podré ya olvidarlo.
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Andamos por la vida con las heridas abiertas y sangrantes, con el corazón hecho garras y los labios partidos de amargura.
Andamos así, mutilados, en un mundo que se empeña en vernos vivir juntos.
Y así, sin labios, besamos. Y sin dedos, y sin manos, acariciamos.
Heridos
desde siempre, y más heridos entre más vivimos, nos hemos vuelto cuerpo
en la cicatriz, alegría en el dolor, sonrisa en medio del diluvio de
lágrimas.
¿A quién se le ocurrió la perversa idea de amarrar el destino de un ser roto, al cuerpo parchado de una sociedad de mutilados?
Como
ciegos, andamos dando tumbos contra los otros, y en el proceso,
perdemos un ojo, cortamos una mano, o desangramos, con lentitud, a los
que nos convencen de acercarnos. Nos vamos matando, hasta que llega el
día en el que ya no queda más cuerpo qué mutilar que el propio cuerpo. Y
se nos cae entonces el pelo, y nos quedamos sin ojos, sin hígado, sin
páncreas, sin huesos...
Así a diario nos vamos muriendo, hasta que un día, de pronto, dejamos por fin de ser humanos.